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Migrar: entre dos mundos

Migrar no es solo cambiar de país. Es también enfrentarse a transformaciones internas que pocas veces se nombran. Mientras afuera nos adaptamos a nuevas calles, idiomas y costumbres, adentro se mueve un proceso profundo que mezcla entusiasmo, duda y nostalgia. Es ahí donde aparecen preguntas difíciles: ¿qué hago acá?, ¿vale la pena?, ¿cómo construyo un hogar en un lugar que aún no siento mío?, ¿quién soy ahora que mi vida cotidiana cambió tanto?

Las emociones contradictorias de migrar
 

Migrar puede ser tan ilusionante como difícil. Muchas personas lo viven como una montaña rusa emocional: la emoción por lo nuevo convive con la tristeza por lo perdido, la curiosidad con el miedo, la libertad con la soledad, el progreso con el extrañar.

 

A veces, después de un tiempo, lo cotidiano empieza a pesar más que la novedad. Lo que antes era aventura, ilusion, se mezcla con nostalgia, miedo o duda y surgen pensamientos como “¿qué estoy haciendo acá?”.Esa montaña rusa es parte del duelo migratorio: la coexistencia entre lo que nos ilusiona y lo que dejamos atrás.

 

Sentir tristeza no invalida el entusiasmo, y sentir miedo no borra la valentía de haber dado el paso. Estas contradicciones no son un signo de que migrar haya sido un error o una mala decisión, sino parte natural del proceso de cambio.

El duelo migratorio: abrir espacio a lo nuevo
 

Migrar casi siempre implica un duelo, aunque no siempre lo reconozcamos como tal. Es un duelo particular: no hay una pérdida absoluta ni una despedida definitiva. Lo que dejamos atrás sigue existiendo, pero ya no forma parte de nuestra vida cotidiana.
 

Lo que duele no es solo separarse de las personas queridas, sino también de aquello que nos hacía sentir en casa: la rutina conocida, los olores, el idioma, la comida, los gestos, los códigos compartidos. También puede doler dejar atrás los roles que teníamos: quiénes éramos allá y cómo éramos vistos.

Reconocer el duelo migratorio no significa vivir mirando atrás, sino comprender que lo que duele también tiene algo para decirnos. Aceptar que parte de nosotros quedó en otro lugar nos ayuda a construir un nuevo sentido, sin borrar lo que fue importante.
 

Con el tiempo, el duelo migratorio se transforma. Lo que al principio dolía puede volverse una huella que nos recuerda de dónde venimos. No se trata de reemplazar un lugar por otro, sino de aprender a habitar ambos con más calma y sentido.

El trabajo en terapia


Frente a todos estos sentimientos diversos y contradictorios, la terapia ofrece un espacio donde estas vivencias pueden ponerse en palabras sin miedo a ser juzgadas. Hablar de lo que se siente permite comprender que el malestar no es un signo de debilidad, sino parte natural del proceso. En este camino, la psicoterapia acompaña a elaborar el duelo, ordenar las emociones contradictorias y construir recursos para habitar la experiencia migratoria con mas calma y sentido


Si te interesa conocer más sobre cómo funciona este espacio y qué pasa en una sesión, te invito a leer el artículo: - Terapia: un espacio para comprenderte -.
 

Migrar no significa olvidar de dónde venimos, sino aprender a habitar dos mundos al mismo tiempo.

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