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La exigencia de estar bien: malestares silenciosos del presente

Image by Kenny Eliason

Tengo todo para estar bien... pero no me siento así
 

A veces pasa. Desde afuera parece que todo está en orden: tenés trabajo, una relación, cierta estabilidad. Incluso lograste cosas que antes deseabas. Pero por dentro, algo no encaja. Hay una incomodidad persistente, una tristeza que no se explica fácilmente. Un “no sé qué me pasa” que, en vez de poder expresarse, suele venir acompañado de culpa.

“No tengo motivos para sentirme así.”
“Hay gente con problemas más graves.”
“Con todo lo que tengo, me debería alcanzar.”

Ese malestar sin nombre claro es más frecuente de lo que imaginamos. No siempre se presenta en forma de crisis. A veces se filtra en lo cotidiano: cuesta disfrutar, todo agota, el cuerpo no descansa, la mente no para. Y entonces llega el juicio interno, el sobreanálisis, la sensación de estar fallando incluso cuando —aparentemente— “no falta nada”.

 

Cuando estar bien se vuelve un mandato
 

En tiempos donde el rendimiento, la positividad y la productividad se celebran, estar bien dejó de ser un deseo legítimo para transformarse en una especie de obligación.

Las redes, los discursos de autoayuda y el entorno suelen insistir con frases como:

“Sé tu mejor versión.”
“Todo está en tu mente.”
“Si querés, podés.”

Aunque a veces vienen con buenas intenciones, también pueden transformarse en una carga. Porque cuando no te sentís bien, en lugar de acompañarte, te hacen sentir que no estás haciendo suficiente. Que incluso en tu malestar, estás equivocándote.

Así, se instala un nuevo mandato: el de estar bien. Todo el tiempo, y de manera visible. Ya no solo hay que resolver, adaptarse y seguir; ahora también hay que sentirse pleno, con energía, agradecido, positivo. ¿Y si no es así? El malestar se vive como un error personal, algo que hay que corregir o disimular.

 

Hacer lugar al malestar también es parte del cuidado
 

Muchos de los malestares actuales no gritan, pero hacen ruido. Se manifiestan como insomnio, irritabilidad, sobrepensar todo, ganas de aislarse, sensación de estar apagada o desconectada. En una sociedad que premia el funcionamiento constante, el malestar se vuelve incómodo, incluso inoportuno.

Pero sentirnos así no significa que estemos rotos, ni que estemos haciendo algo mal. A veces es el cuerpo diciendo “basta”. A veces es una parte nuestra pidiendo pausa, atención, espacio. A veces es solo el reflejo de haber sostenido demasiado durante demasiado tiempo.

El trabajo terapéutico no busca borrar el malestar rápidamente, sino poder alojarlo. Abrir un espacio donde no haya exigencia de estar bien, donde el “no sé” tenga lugar, y donde podamos escuchar lo que se mueve adentro sin apurarlo.

En ese encuentro, a veces lo que alivia no es la respuesta inmediata, sino el permiso para no tenerla. Poder aflojar el juicio, reconocer lo que sentimos, volver a escucharnos sin la presión de encajar en ningún molde.
 

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